miércoles, 1 de diciembre de 2010

El pintalabios de Christy Turlington. Paso 2: Prueba Experimental

Comencé mi clase de yoga con los pulmones esperándome en la puerta. Creo que literalmente me dijeron “por hoy ya hemos tenido bastante, sigue tu. Cuando termines y pases por aquí, recógenos y nos vamos a casa.”

Y puedo entender que la gente al practicar Yoga necesite creer en algún Dios. No porque la gurú (de unos 40 y pico años, aspecto de lo más normal, más cerca de una madre que de una diosa de la flexibilidad) empiece a darte la charla de que con el yoga podemos llegar a estar más cerca de él (todo lo contrario); sino porque después de haber hecho 4 veces el saludo al Sol, estás más cerca de la muerte que de la vida y piensas que más vale que haya alguien esperándote en el otro lado y que pueda recogerte en brazos para cruzar las puertas del cielo, porque evidentemente tú, por tus propios medios, no vas a poder. Yo creo que hasta empecé a tener alucinaciones debido a lo oxigenado que llegas a tener el cuerpo con tanta respiración profunda.

Porque ante todo, en el yoga, lo que haces es respirar (y eso que, recordemos, yo me había dejado los pulmones en la puerta) Sin desvelar mucho el misterio diré que el yoga es un conjunto de posturas (o ansanas) que lo que hacen es estirar y desentumecer (si te dejas y haces caso a tu gurú cuando te dice “relaaaaaaaaax”) cada uno, repito… CADA UNO de los músculos de tu cuerpo.

Después de llevar en el cuerpo una clase de “medio pilates” y otra de flamenco (como era mi caso, de ahí que mis pulmones se negasen a una tercera sesión de ejercicio) y te dicen que hagas la asana del “zapatero o mariposa” y que deberías de tocar el suelo con la frente, te puedo asegurar que aunque no tengas nada de flexibilidad lo consigues, ya que tu cuerpo cae a plomo y te parece la postura más cómoda del mundo. ¡¡Pero si realmente no estás haciendo ningún esfuerzo!! Simplemente consiste en dejarte caer hacia adelante con las piernas ligeramente flexionadas.

Por último, desentumecida, estirada y muerta, llega el momento en el que te tapas con una manta (literal) y te acurrucas como un bebé. En ese momento comienza la meditación y relajación, donde debes de dejar tu mente en blanco. Yo, en vez de dejar mi mente al vacío, lo que hice fue suplicar porque mis pulmones siguiesen en su sitio y que nadie cogiese los míos por error a la salida. En cuanto a las piernas, ya era tarde, se habían desperdigado por la habitación o directamente, habían salido huyendo de la sala.

Pero bromas aparte, me gustó. Mi gurú (¡oh! ¡qué profesional queda!) no es una loca sectaria que quiere que empiece a creer en Dios, es una madre que lo que quiere es que te “aceptes a ti mismo y con tus limitaciones” y que cada movimiento que hagas en la vida sea “con mucho amoooooor, con mucho amoooooor”. Y por supuesto finalizó con La Palabra. Esa palabra mencionada tantas veces en los textos que hablan sobre el yoga. (Para los que lo estéis deseando durante la meditación sí que dijo lo del “ohmmmmm” pero no me refiero a ESA palabra) La Palabra…

Concretamente lo que dijo fue “y durante esta semana, vamos a ser felices. Vamos a dejar que la felicidad nos inunde, porque la felicidad es un sentimiento que se tiene si uno lo deja entrar”

No sé si desde ayer yo me noto más feliz pero lo que sí que me ha quedado claro es que estiramientos, bonitas palabras y un pintalabios de color nocilla-frambuesa son lo que el cuerpo necesita, al menos, para pasar un buen rato (y tener unas agujetas de morirse al día siguiente)

Sí... yo me uno... yo continuo. Yo recomiendo el yoga.


1 comentario:

Adri dijo...

Pilates, flamenco, yoga... ¡Mucha actividad! La verdad es que la prueba experimental suena bien: eso si, sólo leyendo el texto ya me entran agujetas :D